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Capítulo 8: El Castillo Sobre el Lago - Parte 1

  Mana y Siel transcurren por un puente tras salir de un túnel, recibidos por las luces de los fuegos artificiales que ara?an la estricta cúpula de las nubes. A los lados se alzan altas y elegantes farolas que sostienen estandartes a color, y en el horizonte, torres de puntiagudas cumbres bajo cortinas de agua.

  —?Este sitio es brutal, Siel! —exclama la chica—. ?Y pensar que estaba oculto por los edificios!

  —Es excepcional —comenta—. ?Cómo lo mantendrán a flote?

  —?Sí, cómo? —Mana se asoma sobre la barandilla—. ?Cómo puede estar sobre un lago?

  —No me refería a eso…

  —?Es magia, Siel! ?Este castillo es mágico!

  Siel suspira para sí. Carga solitario a Chinchin hasta una especie de plaza cercada por puntales de cuerda, y solo al detenerse es cuando Mana se le une.

  Los dos contemplan en silencio la curiosa estatua que descansa sobre un pedestal circular. Tras estallar un ruidoso cohete arcoíris en el cielo, el coloso hace ademán de moverse, y finalmente abre los brazos con un ruidoso chirrido.

  —?Jo, jo! ?Bienvenidos! —saluda alzando un brazo—. ?Bienvenidos al Mundo de Erthe! ?Erthe soy yo, por supuesto!

  —Guau… —Mana realiza rápidos parpadeos—. ?Es esta tu ciudad?

  —?Esta ciudad es de todos, peque?a! —le responde la máquina—. ?Yo solo soy su afamado guardián!

  —?Podrías hacernos de guía? —le pide Siel.

  —?Para eso estoy aquí! —Erthe mueve sus grandes brazos entre chirridos—. ?Por qué no seguís el itinerario normal? Escuchad —La máquina se agacha sobre una rodilla, y luego extiende un brazo en una pose extra?a, antes de gritar—: ?Os esperan el Jardín Utopía, la Rueda de los Deseos y el árbol del Cielo! ?Vamoos!

  —?Qué hay con esos nombrecitos?...

  —?O tal vez —prosigue— esperéis con ganas la función en el Teatro Werther? ?Pero faltan tres horas todavía! ?Por qué no en su lugar invertís vuestro tiempo en las FANTáSTICAS atracciones de Erthe, mientras esperáis a que las Puertas del Reloj abran? ?Vamos, vamos!

  —Oh, no, no… —Mana le echa una mirada a Siel y susurra—: ?Qué vamos a hacer?...

  —Es nuestra mejor oportunidad si queremos pasar con Chinchin.

  —?Qué bien! —Erthe realiza un duro aplauso—. ?Así podréis seguir el itinerario! Porque, ?da la casualidad de que dura tres horas justo! ?Jo, jo! ?Vamos, todos juntos! —el coloso comienza a girar su brazo cual turbina—. La diversión espera… ?por allí!

  Tras se?alar bruscamente en una dirección, queda tieso y cabizbajo. Ese mismo camino se ilumina poco después bajo ristras de confeti que ba?an a los dos chicos en una cascada de colores. Mana escupe uno de los papelitos que se había colado en su boca, y Siel pone los ojos en blanco.

  —?Pero esperad! —exclama Erthe de repente—. ?No se permiten vehículos en las instalaciones!

  —??Qué?! —Mana da unos pisotones y a?ade—: ?Ni de broma me voy sin Chinchin!

  —?Por qué tan obstinada, peque?a? ?Si ni siquiera tienes edad para conducir! ?Jo, jo!

  —Mana —Siel le toca el hombro—, siempre podemos volver luego. No va a pasar nada.

  —No me fío de Erthe. ?Es malo y grosero!

  —No me digas… ?Me dejas anclado! —Erthe toca su supuesto rostro—. Jo, jo… ?Lo pillas? ?Porque no puedo moverme!

  Mana infla los mofletes y aprieta los pu?os.

  —?Vamos, Siel! —le dice.

  —?Adónde?…

  —Esperaremos a que abran las puertas.

  —?Perfecto! —Erthe hace una pose—. ?Vamos, vamos!

  Los dos se alejan de la plaza, mirando hacia atrás a medida que recorren el sendero cercado por vegetación. En la distancia, el gran coloso los despide con un gesto mecánico de brusco compás.

  —No me fío de ese robot, Siel.

  —Piensa en el lado positivo… Pocas veces tienes ocasiones para divertirte.

  —Este lugar es fantástico, pero… No me gusta separarme de Chinchin.

  Los dos se detienen en una peque?a placita con una caseta en el centro, cuyas ventanas están tapiadas bajo una cortina. A Mana le brillan los ojos cuando, al mirar en rededor, un peque?o objeto brilla, colgado de su correa junto al respaldo de uno de los bancos.

  —?Mira esta caja! —le dice a Siel, asiendo el objeto entre sus manos—. ?Qué crees que puede ser?

  —Una cámara de fotos.

  —?Qué? ?Como el fotomatón?

  —Sí, pero portátil. —El chico toma la cámara y la observa desde ángulos distintos—. Parece instantánea. Estas ya no se ven hoy en día.

  —?Es un tesoro?

  Siel alza el mecanismo y procede a observar la realidad a través de la peque?a lente de la cámara, deteniendo su panorámica en la torre central del parque de atracciones: una gruesa torre de cumbre puntiaguda.

  Tras esto se escucha un chasquido y se produce un destello. Debajo de la lente, un papel oscuro comienza a imprimirse. El chico lo sustrae para agitarlo, y tras unos segundos, la imagen de la torre queda reflejada nítidamente en el papel.

  —Es igual… —valora Mana—. ?Impresionante!

  —He pensado que debía ense?arle el ?castillo? a Gildong.

  —?Ah! —Mana se golpea la palma—. ?El castillo, la ciudad de oro y los ríos de miel! ?No estaba mintiendo!

  —Bueno… así es como se lo contaron a él.

  —?Pues hagamos una donde salgamos nosotros! —dice ella extendiendo los brazos—. Así sabrá que hemos estado aquí.

  —De acuerdo, pero… ?cómo vamos a?...

  —Trae pacá —Mana le arrebata la cámara y la observa con aire analista, pero rápidamente alguien se la arrebata a su vez de las manos.

  —?Déjanosla a nosotros!

  —Oh, vale. ?Eh?...

  Un destello captura la inmensa sorpresa de Mana y Siel, ambos recortados frente al gran castillo.

  —?Pero qué es esta cosa? —dice un chaval, vestido con una diadema de orejas redondas—. Es demasiado grande y tosca.

  —?Pero mira, Sijeun! —dice una chica acuclillada, ella con diadema de orejas triangulares—. ?Sale la foto en un plis plas!

  —?Hala! ?Pero si es verdad, Namu!

  —?Por qué te iba a mentir yo, Sijeun? ?Desconfiado!

  —?Pero qué uso podría tener algo así? No puedes publicarla en las redes.

  —No… —Namu rueda sus ojos—. Claro que no puedes.

  —No puedes... —repite Sijeun en un suspiro, hundiendo los hombros.

  Namu y Sijeun miran a Siel, luego a Mana, alternativamente.

  —?Ah, perdón! —exclama Namu—. Esto es vuestro, ?no? Tomad.

  —Qué foto más horrible… —musita Mana al recibir la cámara.

  —No, ?estás adorable! —Sijeun hace entonces un rectángulo con los dedos al tiempo que cierra un ojo, recorriendo el cuerpo de Mana—. ?Esa carita! ?Suscitaría muchas visitas!

  —Pero no podemos publicar —recuerda Namu.

  —No podemos... —el chaval hunde los hombros.

  —Esperad, ?habláis de la Red? —pregunta Siel—. ?Acaso vosotros también estáis desconectados?

  —Pues como todo el mundo —Sijeun extrae su teléfono y comienza a deslizar el dedo—. Ahora solo podemos acumular y acumular...

  —Como un par de cuervos... —completa Namu.

  Sijeun bosteza y rasca su cabeza, y pronto los dos están mirando sus teléfonos, comenzando a crecer un gran silencio entre los cuatro.

  —Esto… —Mana se agarra las vestiduras.

  —Namu, Namu… —llama Sijeun de repente— ?Qué hora es?…

  —?Míralo en tu teléfono, merluzo!

  —?No! No me refiero al número, sino…

  —Entonces... ?lo sabes?

  —?Claro que lo sé!

  —?Vamos a llegar tarde!

  —Pero faltan dos horas.

  —?Qué son dos horas!

  —?Jo! —protesta Mana entre pisotones—. ?De qué estáis hablando ahora? ?No me entero de la misa la mitad!

  —Pero bueno, chica, es que vives debajo de una roca —hace Namu.

  —?Todos mis homies —a?ade él sulfurado— saben de la performance de Jang Miin hoy a las ocho!

  —Oye, Siel... —le susurra ella— ?En qué idioma hablan?...

  —Jang Miin es Jang Miin —exclama Namu—. ?Un artista inimitable!

  —?Nos hemos pateado la capital solo para verlo en directo!

  —??Sabéis lo difícil que ha sido encontrarlo sin la Red?! —Namu extrae de su bolso un papel granate—. ?Panfletos! No sabía que todavía se utilizaban esos papeluchos…

  —Debe ser cosa de Jang Miin —apunta Sijeun.

  —?Verdad? —Namu entrelaza los dedos—. ?Es tan original!

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  —?Ya sé, Namu! —el chico se?ala la distancia—. ?Vamos al Dragón Infinito para matar el tiempo! ?La atracción ya es de una hora!

  —?Qué bien piensas, Sijeun! ?Vamos volando!

  Los dos se marchan dados de la mano.

  —Este par es… —gru?e Mana, hasta que finalmente suspira—. Totalmente agotador…

  Una bocina suena con fuerza unos metros por encima de sus cabezas; sobre una pasarela, una procesión ghimigan sostiene un palanquín entre cuatro, que avanzan solemnes bajo pisadas mecánicas.

  —?Son ghimigan! —exclama Mana—. ?Vayamos a ver!

  —Espera, sigamos el itinerario…

  —?Eh? ?Y por qué deberíamos?

  Mana lo toma de la mano, bajo sorpresa de él, y lo guía por las calles de suelo de ladrillo.

  Los dos pasan el día en distintas atracciones, desvíandose a la mínima de su objetivo de ver a los ghimigan. En una ocasión se detienen frente a una especie de máquina rematada por un mono con platillos.

  ??Adelante, inserta tu moneda!?, habla la máquina. ??Nunca sabrás lo que puede tocar!?.

  —?Lo hacemos, Siel? —le dice ella, se?alando el mecanismo.

  —Claro que no —Siel cruza los brazos—. Hicimos una promesa a Kevin.

  —Pero… —Mana frunce los labios—. Podría ser un tesoro…

  Mana comienza a abrir todos los resaltes de la máquina, con la suerte de que en el interior de uno de ellos encuentra una moneda con un agujero en el centro.

  —Debe ser devolución para alguien… —Siel pide permiso para recogerla—. Aunque… Parece una ficha especial de este sitio.

  —Oh… así que no habría servido la moneda de Kevin?

  —No, pero seguramente se intercambie por dinero real —Siel inserta en la máquina la moneda con el orificio—. ?Vamos, ahora haz los honores!

  Mana tira de la gran palanca, la cual hace girar hasta en tres ocasiones. Tras expectantes segundos, acompa?ados por el sonsonete de la mascota que, con energía, hace sonar sus platillos, la pantallita se ilumina con una melodía.

  ??Tiene premio!?, exclama la mascota haciendo reventar los platillos.

  —?Mira, qué suerte!... —Mana mete el brazo en la lengüeta y, tras unos segundos, extrae su premio—. ?Una bolsa de patatas!

  —Esto parece una expendedora al uso…

  —La comida, es comida —dice encogiendo los hombros; luego abre la bolsa de plástico, y respira—. Ah… ese sonido...

  —Luego te enjuagas bien con el agua.

  —Valeee. —Mana coge un cono de maíz y se lo coloca en la punta de la lengua—. ?Buah!

  —No hagas tonterías con la comida...

  —?Roarr! —Mana muestra conos en sus dedos como grandes garras, y frunce el ce?o diciendo—: ?Soy Chinchin, el guardián blanco! ?Acabaré con tu vida!

  —Y no hagas esas bromas.

  —Pf… Qué aguafiestas.

  De repente un retintín suena sobre sus cabezas, junto a dos gritos de tonalidades opuestas que escalan en volumen un por un instante, solo para luego alejarse en forma de un peque?o objeto sobre chispas y raíles.

  —Fíjate tú... —Mana ajusta las gafas de su frente—. Deben ser Namu y Sijeun.

  —Sí... parecen divertirse.

  —Nosotros también deberíamos montar en algo antes de irnos —entafiza la chica—. ?Hay que crear recuerdos juntos!

  —Claro —Siel se sonríe.

  Mana se chupa los dedos. Tras tirar la bolsa a una papelera, ambos continúan su camino.

  No tardan en encontrar un río algo escondido detrás de una calle estrecha. En su cristalina superficie, aguarda un cuenco de aspecto metálico, en el cual ambos suben. Durante su pacífico viaje entre los juncos, Siel aprovecha para inspeccionar la herida en la espalda de Mana.

  —Ya está completamente cerrada —le informa.

  —Solo era un cortecito de nada.

  —Aún así… —Siel mira al cielo—. Qué peligrosas pueden ser las personas.

  —Ya te digo...

  Siel mira a sus pies, encerrados en la estructura metálica de la cubierta.

  —?Qué crees que lo despertó?

  —?Perdón?

  —A Chinchin… —le aclara el chico—. ?Qué crees que lo hizo moverse?

  —Hm… —Mana se inclina sobre las rodillas—. La última vez que Chinchin hizo eso… Me protegió de los escombros.

  —?Estás segura de que ocurrió?

  —Claro que sí... Ya has visto que lo hizo... en aquella ciudad esquelética...

  —Sí… —Siel cierra los ojos—. No cabe duda de eso.

  Mana lo mira de reojo, luego regresa su vista al frente.

  —Me gustaría ser más resistente —exclama— como vosotros dos. ?Incluso Kimchi se defiende! Pero yo... —Mana suspira—. Me gustaría no depender de nadie.

  —Tú también eres fuerte. Has sobrevivido tú sola durante mucho tiempo. Además, no es tan bueno ser yo.

  —Siempre dices eso —Mana suelta una risita—. Pero yo creo que eres perfecto.

  —Eso son palabras mayores.

  —Uno debería aspirar a ser lo mejor de lo mejor… —se dice, mirando al cielo—. ?Así que por eso te envidio! Solo un poco.

  Siel procede a responder; pero finalmente solo inclina el gesto en fúnebre silencio.

  Siel procede a responder; pero finalmente solo inclina el gesto en fúnebre silencio. Los siguientes minutos son de contemplación, hasta que los dos desembarcan en la orilla y proceden por un sendero de tierra.

  Unos metros por encima de sus cabezas, asoma una rueda gigantesca y luminosa. Encandilados, suben unos escalones para verla más de cerca, hallando a Namu en la misma base de la noria haciéndose autofotos, bajo el resplandor de su teléfono móvil.

  —Holaa… —la saluda Mana.

  —?Oh, hola! —Namu gui?a un ojo.

  —?Ya os habéis cansado del Dragón?

  —?Ha pasado volando! —exclama Namu.

  —?Literalmente! —secunda Mana.

  —No nos da tiempo a otro viajecito —Namu cierra un ojo y agita su bebida con una pajita— pero sino lo haríamos encantados. ?Después de todo es gratis! De peque?a vine aquí con mi hermano —comienza a rememorar—, ?y estaba petado! ?Hoy en día? ?Da gracias! Cobraban por entrada, pero ahora nadie controla eso.

  —?Y a quién le llega la pasta?

  —Solo las máquinas aceptan tu dinero. Pero como nadie lo va a recoger…

  —?Está todo el país así de vaciado? —pregunta Siel.

  —Pues ni idea —Namu sorbe su bebida por la pajita, luego agita la pulsera de bolas de su mu?eca con la mirada perdida. Al cabo de unos segundos, a?ade—: Nosotros somos de la capital, ?sabes? Claro que hay gente, pero cada uno va a su bola.

  Mana mira a los lados.

  —Ahora que lo pienso, ?dónde está tu amigo?

  —Es mi novio —exclama ce?uda—. ?O eso debería! Pero tal vez me ha dejado con otra...

  —?Qué? Pero si estábais juntos hace nada...

  —?Lo he estado esperando para la noria por CINCO minutos! —estalla—. ?No puedo más! ??Tanto cuesta encontrar un ba?o?!

  —Tal vez está teniendo problemas… —Mana aprieta los pu?os—. A veces, cuando voy a hacer caca...

  —Mana, ahora no...

  —?Que hable!

  —No sale y no quiere salir —enfatiza—. ?Es un agobio!

  —Un relato escalofriante… —Namu aprieta los dientes—. ?Para cagarse encima!

  —Chicas… —Siel suspira— os estáis pasando...

  —?Esta conversación es seria, Siel! ?No somos máquinas tan optimizadas como tú!

  —?Así que Sijeun debe estar atascado en este momento! —Namu hace una ele con los dedos bajo su barbilla—. Pobre chaval… ?Ahora me arrepiento de haber dudado de él!

  —?Qué remedio! —Mana extiende los brazos—. ?Tendremos que subir contigo en su lugar!

  —?Ein?… —Namu se acaricia la cabeza—. En fin, si tantas ganas tienes...

  Los tres se introducen en la cabina. Con un palo largo Siel presiona un botón cerca de la entrada y, aunque se parte en dos al cerrarse las puertas, la noria se incializa despacio después.

  —Así que habéis venido para ver al tal Miin —reconoce Siel.

  —?De verdad no sabéis nada? —Namu se apoya en las palmas de sus manos—. Todo el mundo conoce a Miin. No solo era artista: también cirujano y político.

  —?También político?

  —La gente pagaba millonadas para que Miin los convirtiera en su nueva obra maestra, ?sabéis? Yo misma…

  —?Te sometiste a la cirujía de Miin? —le pregunta el chico.

  —No, nunca he tenido tanto dinero. Aunque tengo muchas amigas que… —Namu suspira, y luego mira al techo—. ?Qué estarán haciendo ahora?

  En el punto más álgido de la cabina, Mana se levanta y estruja los mofletes frente al cristal para observar el exterior. Al otro lado, la ciudad se muestra cada vez más oscura. La silueta de la gran monta?a se ve claramente y, más allá, una gigantesca porción de tierra que nunca antes había vislumbrado.

  —Qué pasada, Siel… ?Es ahí a donde vamos?

  —?Por qué iríais allí?... —Namu se observa en el reflejo de su teléfono, haciendo monerías—. Si es todo campo.

  —Queremos probar suerte —Siel hace un círculo con las manos—. Tal vez la situación sea mejor.

  —A ver, lo entiendo… Pero nosotros nos quedaremos. Muchos servicios de la ciudad aún funcionan.

  Los fuegos artificiales brillan de repente en el cielo, con una forma no vista antes; una gigantesca flor, seguida por tres lejanos toques de campana. Al verlo, Namu se levanta de un salto y se apretuja contra el cristal.

  —?Esa es la se?al! ?Yo a Sijeun me lo cargo!

  Cuando la cabina vuelve a tierra, Namu sale a toda prisa y grita: ??Si veis a ese idiota llevadlo a la Plaza del Reloj!?, antes de salir disparada.

  —Qué prisas tiene...

  —El lugar que ha mencionado —comenta Siel— debe la misma plaza donde conocimos a Erthe.

  —Ya se hace tarde… —Mana descansa la nuca en las manos—. Volvamos a por Chinchin y salgamos de aquí.

  —Estoy de acuerdo...

  Los dos se ponen en marcha, subiendo por unas escaleras para ganan campo de visión antes de decidir la mejor ruta. De repente, mientras miraban la distancia, un mu?eco salta desde una de las tiendas rectangulares bajo el aterrador golpe de un piano emitido por algún altavoz.

  —?M-malo, malvado! —Mana se esconde tras Siel—. ?Siel malo!

  —?Eh? Pero qué culpa…

  Siel calla al contemplar mejor aquel mu?eco. El rubio mu?eco, tras reír macabramente por espacio de unos segundos, desaparece tras un telón rojo.

  ?Hongwang presenta…?, comienza a decir una voz, ?“?No escuches al Invasor!”.

  Una cascada de confeti surge de las máquina alrededor de la tienda. Cuando el telón se abre, aparece una chiquilla morena, y entonces el locutor vuelve a hablar:

  ?Un día cualquiera, Younghui paseaba tranquilamente por las calles de camino a la escuela, cuando un ni?o rubio se le apareció desde un callejón. ”?Pshht!”, le susurró. “?No quieres venir conmigo a un lugar? ?Grandes maravillas podrás encontrar!”

  ?Pero entonces el se?or Hong Gildong surgió de los cielos sobre su brillante moto índigo. “?No te acerques, Invasor!”, le gritó. Y tan entregado estaba a su labor que así lo repitió hasta en dos ocasiones más, con el mismo ímpetu todas las veces: “?No te acerques, Invasor! ?No te acerques, Invasor!”

  —?No te acerques, Invasor! —repite Mana, y luego se echa a reír—. ?No sabía que Gildong ayudaba a la gente en apuros!

  —Aquel chico… seguramente pretendía imitar a este personaje… —comienza a decirle Siel; aunque ella no parece escuchar.

  ?Al oír las palabras de Hong Gildong, el rubio sacudió la cabeza y replicó: “Yo solo soy un ni?o; ?Y quiero ser su amigo!”. Y el se?or Hong Gildong gritó: “?No te acerques, Invasor!”, y entonces asió a la vulnerable Younghui por el brazo y la llevó consigo donde estaba a salvo.

  ?”?Buah, buah!”. El rubio rompió a llorar a moco tendido, a?adiendo a voz en grito: “?Si hablamos el mismo idioma, somos hermanos!”. Pero Hong Gildong, levantando una mano con firmeza y autoridad, acertó a decirle: “?No te acerques, Invasor!”, y tal fue la fuerza de su convicción que espantó al rubio Invasor, sintiéndose éste avergonzado y derrotado; pero sin sombra de duda, dispuesto a encontrar una nueva víctima.

  ?”?Gracias! ?Gracias, Hong Gildong!”, le dijo Younghui, sus ojos llenos de lágrimas. “?Nunca más me dejaré enga?ar!”

  ?Y así aprendió la joven Younghui su lección rápidamente: gracias a la intervención de nuestro Héroe. Pero Hong Gildong no estará siempre ahí para salvarte… ?Así que recuerda! ?Di NO al Invasor! ?Denuncia al Invasor! Y sobre todo..., ?NO escuches al Invasor!

  ?FIN

  El telón se cierra y suenan aplausos, junto a una nueva fuente de colorido confeti.

  —?Qué gracioso! —Mana se echa a reír—. ?Cómo huye el Invasor!

  —Ja, ja… —Siel rasca su cabeza—. Qué función tan… contundente...

  En aquella terraza comienza a soplar el viento frío que anticipa la noche. Por toda la extensión del parque se vuelven a escuchar otros tres toques de las campanas.

  —Siel, algo se está cocinando!

  —Ya te gustaría a ti...

  Mana corre hacia unos prismáticos junto al balcón de piedra; pero una inscripción bajo las dos lentes le hace torcer los labios en un arco.

  —Me han dejado ciega —se lamenta—. ?Es que hay algo por lo que no te cobren?

  —Solo usa tus propios ojos.

  —?Sí, claro! ?Seguro que tu puedes aumentar tu campo de visión!

  —Bueno, sí... pero...

  —?Qué envidia! —exclama—. ?Yo también quiero el superpoder de no pagar!

  Los últimos tres toques del reloj recuperan la atención de Mana sobre el horizonte. Un dibujo florido, acompa?ado por otros tres más peque?os, relucen con cegador fulgor en el cielo. La chica afina los ojos y contempla las grandes puertas de la Plaza abrirse de par en par, al mismo tiempo que la procesión ghimigan se introduce hacia la parte más oscura de la ciudad.

  —?Ya se van estos? —Mana hace visera con la mano—. Si no hemos tenido oportunidad...

  —Con los árboles no veo a Erthe ni a Chinchin —comenta Siel, apoyándose sobre el balcón—. ?Mira! ?Parece que podremos bajar por ahí!

  Mana y Siel se apresuran a la plaza a través de una rampa arenosa, entre la vegetación. Mientras pasean con tranquilidad, la mirada de ambos se desvía hacia una estatua de plata del camino. Un individuo alto, vestido con traje, sombrero y monóculo, los observa taciturno apoyado en su elegante bastón.

  —Qué raro viste... —se?ala Mana.

  —Podría ser él —reconoce el chico—. El fundador de este lugar…

  —?Pues seguro que era un gran hombre, si es capaz de crear esta fantasía!

  —Aunque no creo que lo construyese con sus propias manos...

  En cuestión de minutos alcanzan la Plaza en la que ya habían estado, vadeando los puntales de cuerda. Sin embargo, al poner un pie finalmente frente a la máquina, ambos sueltan un grito de horror. En la plaza solo había un gigante, y no era el preciado aliado de Mana.

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