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Capítulo 5: Los Cimientos del Corazón - Parte 1

  Mana silba y se mueve de un lado a otro con gran energía, mientras Siel carga con la gran máquina. La chica va deteniéndose durante el camino por la ciudad. Se?ala esculturas, riendo y danzando. Juguetea con los retrovisores de los coches y sacude se?ales de tráfico con gran escándalo. Luego comienza a correr bien lejos, a lo que Siel le grita:

  —?No te alejes mucho!

  Mana lo despide con un gesto, luego se esfuma tras la manzana. Siel se sonríe ligeramente. Luego mira la bolita blanca de encima de su cabeza, quien emite suaves ronroneos.

  —Esta chica… —le habla Siel—. En realidad estaba deseando que le librase de la carga.

  —Kipa —hace el animal.

  —He notado que le cuesta abrirse a los demás —razona él—. Supongo que ha debido pasar mucho tiempo sola.

  —Kipo…

  —Si consigo que confíe en mí, debería poder hacerla feliz —se dice—. Después de todo, soy un robot. ?Me crearon para ser útil!

  Mana lo llama tiempo después. Siel la ubica a un lado de una gran plaza. En el centro se erige un gran cuenco agrietado, del cual surge un débil chorro de agua. Alrededor, como cadáveres, miles de carteles y pancartas, viejas y humedecidas, descansan en una jungla de metal y bronce oxidado.

  —Mira cuanta chatarra… —Mana levanta una monta?a de piezas con gesto súbito—. ?Es un campo de tesoros!

  —Oye, Mana... así se te abrirán las heridas.

  —No, ya estoy bien —ella se retira un guante, y estira los dedos, los cuales están plagados de tiritas. Luego dice—: Además, encontramos un botiquín.

  —Pues sí.

  —?Y esa caída fue por tu culpa, que conste! —le grita. Luego infla las mejillas—. ?Vaya momento para abandonarme!

  —Tengo que admitirlo… —él se inclina ligeramente—. En ese momento Kimchi acaparaba toda mi atención…

  —?Aprecias más a esa rata que a mí misma!

  —Pues te estaba poniendo a prueba —Siel fuerza un gesto disgusto, cruzando los brazos—. Como decías que podías hacerlo todo tú solita…

  —?Me haces esperar cosas de ti! —le replica— ?Entonces bajo la guardia!

  —Venga, no te sulfures —rechaza el chico en un gesto—. Te saldrán arrugas por todo el rostro.

  —Ay ay ay… —Mana palpa con alarma su rostro—. ?Me volveré una viejita?...

  —Eso es. Así que compórtate por un rato, ?quieres?

  —Mm… bueno —se dice dubitante—. ?Lo que debe hacer una por la salud!

  Siel suspira, al tiempo que se sienta en una suerte de plataforma de madera para descansar, pensando, divertido, que solo el terremoto de Mana sería capaz de extenuar a un androide. Kimchi baja de la cabeza de Siel justo entonces, encaminándose a una farola, en proceso de levantar su pata trasera para descargar líquidos. Mana, por su parte, prosigue buscando entre las monta?as de chatarra. Al cabo de un buen rato, se levanta con estrépito metálico, sujetando un engranaje entre los dedos.

  —?Aquí no hay nada! —afirma ella lanzando el trozo de chatarra detrás de sí—. Ahora tengo hambre. —De su mochila extrae una barrita de plástico cuyo interior despedaza de un mordico.

  —?Mana! —exclama él, rígido—. Has comido hace una hora. Lo he registrado.

  —?Se come cuando se tiene hambre! —protesta ella.

  —Pero deberías racionar...

  —?Darme el antojo de una ración? Claro —dice sonriéndose.

  —?Tú cómo has sobrevivido tanto tiempo?...

  Mana responde con una risilla. Luego aplasta entre las manos el envoltorio de plástico y lo lanza a una papelera junto al callejón, aunque no alcanza a canastarla. Siel se ve obligado a recogerla y se levanta, y justo entonces los oídos del chico captan el eco algo en el callejón.

  —Oye —llama Siel—. ?No te ha parecido oír algo?

  —Lo siento —Mana se chupa los dedos—. Mis tripas me impiden oír todo lo demás...

  —Peque?a glotona… Tienes casi el mismo apetito que Kimchi.

  —?No me extra?a! —la chica se seca el sudor con el antebrazo—. ?Si yo tuviera ese nombre, también me entraría el gusanillo!

  —Va, cómo exageras...

  Un camión asoma entonces en el callejón, atrayendo poderosamente sus miradas. Varias figuras surgen poco después de la oscuridad, cargando con cajas y almacenándolas en la puerta de atrás del vehículo. Sus bronceadas manos se encuentran marcadas en sus articulaciones por finas líneas, y su cabeza es lisa, redonda como el huevo.

  —Servicio de mudanzas... Briipsto —exclama uno.

  —Todos los muebles cargados... —dice el otro.

  —Buen servicio.

  —Comunicando al centro de control… Brip.

  —Todo bripsto,

  —Brip.

  Tras cargar todas las cajas, las máquinas cierran la puerta de la carga y comienzan a abrir las puertas del vehículo para acomodarse en los asientos. Entonces, Siel grita:

  —?Vosotras! ?Quién decís que se está mudando?

  —?Briip? —una sola máquina se gira con fricción metálica—. No disponemos información sobre los clientes. En caso de que así fuera, no compartiríamos esa información con personas no relacionadas con el cliente.

  —?Es usted un cliente? Para más información, diríjase al centro de control —dice la otra, antes de ocupar el asiento del conductor y arrancar el vehículo, el cual desaparece tras una cortina de humo negro.

  —?Qué flipada! —Mana aprieta los pu?os—. ??Has visto esos cacharros?!

  —?Qué hay de interesante en modelos tan viejos?…

  —Buh… —la chica entrecierra los ojos—. Pues sí que eres presumido.

  —Deberías dejar de atribuirme cualidades humanas.

  —?Pero cómo! —protesta ella—. ?No son precisamente esos atributos lo que te hacen ser más avanzado que ellos?

  —Hay mucho más que… —Siel se interrumpe.

  —Ja, ?sin palabras? —La chica suelta una risotada de orgullo—. ?La lógica de la gran Mana ha aplastado al robot más avanzado de la ciudad!

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  —Venga ya...

  —?Eres tan raro! —le dice ella—. ?Por qué no hay más como tú?

  —Debo ser caro de realizar —elucubra él—, es más rentable usar esos ghimigan.

  —?Te refieres a esas máquinas de bronce?

  —Este país las desarrolló —le explica—, para realizar tareas pesadas y repetitivas.

  —Tú eres parecido a los humanos, sí... —Mana cruza los brazos—. Aunque me pregunto si eres tan útil...

  —Tus palabras me hacen da?o.

  —?Siel blandengue! —Mana se echa reír—. ?Todo te afecta!

  —Tengo mis derechos… Que sea de metal no hace que me tengas que tratar como basura.

  —?En serio? —Mana pone morritos—. Pero yo si te quiero como a un juguete...

  —No puede ser... —Siel sacude la cabeza con una mano sobre la frente—. ?Esto es lo que soy para ti?

  —?Oye! ?No hay nada más valioso para alguien que su adorable mu?equito de juegos!

  —Tal vez para un ni?o...

  Enfrascados en una discusión sobre las emociones, apenas sienten cómo el suelo comienza a temblar. Instantes después, ambos levantan la mirada hacia una bandada de pájaros que los sobrevuela bajo las nubes.

  —Siel… —Mana hace una pausa, luego comienza a sudar—. Eso sí que no han sido mis tripas...

  El chico rastrea con el oído unos golpes secos al otro lado de la manzana. Entrecierra los ojos y se concentra. La mirada de ambos recae sobre el edificio, que comienza a tambalearse ligeramente.

  —?Cuidado!

  Siel se lanza hacia Mana, haciéndola agachar, esquivando ambos por los pelos un gigantesco esférico que pende de una cadena.

  —??Q-qué pasa!?

  —?Hay que correr!

  Ambos corren por la acera a través de las callejuelas hasta un espacio oscuro. Kimchi no tarda en alcanzarles con gráciles saltos; pero poco después de que llegue, una excavadora surge de detrás de una pared, bajo una masa de polvo blanco, y sin poder descansar los tres vuelven a correr.

  —?Qué he hecho mal? —espeta ella jadeante.

  —?Espero que nada! —grita él.

  —?Son humanos?

  —?No lo sé!

  —?Y-ya sé! ?Han sido esos robots porque los ofendiste!

  —?Por favor!… ?Concéntrate!

  Ambos giran la esquina en un callejuela estrecha. Siel se encarama rápidamente en una ventana abierta, ayudando a Mana a pasar al interior al tirar de su mano. Los dos caen entonces sobre una mesa de madera, con gran estrépito. El chico se recompone rápidamente para correr las cortinas y dejar la sala oscura, salvo por un resquicio a través del cual comienza a observar.

  —??Todo bien!? —dice al cabo, regresando hacia Mana—. ?Te has hecho da?o?

  —Ah… —Ella se observa la herida del peque?o corte que atraviesa el guante de su mano.

  —Déjame ver.

  —Es… es solo un corte de nada…

  —?Te dije que cuidado, que se te abrirían las heridas!

  —Lo sien...

  Un nuevo golpe hace temblar el edificio. La chica grita bajo las cortinas de polvo que caen desde el techo, y cae acuclillada y con las manos en la cabeza.

  —Aquí tampoco estamos seguros… —observa el chico mirando a todos lados. Luego se vuelve hacia ella y dice—: Por ahora, sigamos moviéndonos y después...

  Siel abre mucho los ojos. Mana no se mueve un ápice, temblando en el sitio. El chico la mueve por el hombro; pero ella no reacciona. Entonces toma su mano.

  —No dejaré que te pase nada, ?de acuerdo? Tienes que confiar en mí.

  —No… No puedo… No puedo…

  —Está todo bien… ?estoy contigo!

  —No debimos entrar… No debimos… Ahora el techo…

  —No puedes quedarte aquí.

  —El techo va… va...

  Siel la arrastra como un peso muerto, Kimchi observando rígido con sus dos ojos negros.

  —Chinchin… —Mana parece despertar—. ?Tenemos que volver!

  —?Qué? ?Pero es muy arriesgado!

  La chica se levanta por su propio pie, dejando al chico atrás.

  —?Oye, espérame!

  Atraviesan una habitación oscura, una cocina y un patio, y después saltan una peque?a valla de nuevo hacia la acera.

  Siel duda por un instante; pero cuando una especie de dragalina irrumpe en la calle con fuerte temblor, doblando una farola bajo sus ruedas de oruga, comienza nuevamente a correr, así hasta un callejón sin salida.

  —No… —Mana respira pesadamente—. Creí que… ?Estaba justo aquí!

  —?Kipa!... ?Kipa!...

  Siel inclina el gesto, dispuesto a decir algo; pero entonces Kimchi se desvía, al ver que no le hacen caso, y el chico guarda silencio. Los dos siguen al testarudo, Siel arrastrando a Mana con ella, y revelan los dos de nuevo en la gran plaza.

  —?Chinchin!…

  Mana corre a abrazarse al brazo del TES, sollozando ligeramente.

  —Qué miedo he pasado, lejos de ti —le susurra Mana—. No quiero alejarme nunca más…

  Desde detrás, Siel coge al erizo con ambas manos y le dice:

  —?Buen trabajo, Kim! —Luego se dirige a Mana y grita—: ?Sube y métete en la cabina!

  —?Y qué hay de ti?...

  —No cabemos los dos. Me quedaré sobre los hombros.

  Los dos suben, apoyándose uno en cada brazo del TES. Ella se instala en la cabina de mando y ata su cinturón, él se arrodilla junto a la puerta de la cabina, que se cierra automáticamente con un chasquido.

  —Bien… —Mana respira profundamente. Luego se ajusta sus gafas de protección y retira sus cabellos con un gesto con ambas manos.

  Sus manos acarician las palancas de mando. Vuelve a respirar y espirar, así hasta en tres ocasiones.

  —Chinchin… —comienza a decir— ??Encendido!!

  Los ojos de la gran máquina se iluminan verdes. Su torso y su cabeza mecánicos se alzan despacio, levantando corrientes de aire a su alrededor.

  —?Ten en cuenta la batería! —le recuerda Siel bajo la ventolera.

  —?Oído cocina!

  Una pantalla se enciende proyectado sobre el cristal, arrojando diferentes estadísticas. A continuación, Mana coloca una mano en cada palanca, presiona un botón de cada una, y entonces Chinchin comienza a moverse.

  —O-oye... —Siel sufre por las turbulencias—. Hasta qué punto sabes cómo… ?Uah!

  El chico comienza a dar botes ante los temblores.

  —?Allá voy!

  Mana pisa un acelerador a sus pies. Las gigantes pisadas aplastan el asfalto, desintegrando bocas de incendios y menguando los vehículos bajo el pesado metal.

  Una gigantesca grúa aparece en la distancia. Mueve lentamente su robusto brazo bajo las nubes grises, dejando caer su pinza justo encima del TES. Siel grita y forcejea bajo el gran garfio, apretando los dientes del esfuerzo.

  —Mana… —exclama—. Una ayuda por aquí...

  —U-una cosita... —Mana comienza a tocar botones al azar, y mientras pregunta—: ?Qué debería hacer?...

  —Los brazos… Intenta mover los brazos...

  Mana mueve las palancas con gestos nerviosos. Finalmente consigue suficiente fricción como para desengancharse con éxito de la gruesa pinza, y el TES vuelve a correr nuevamente, libre del agarre.

  —Uf… —la chica suspira con alivio. Seca su sudor.

  Sin embargo, al torcer la esquina, dos arácnidos metálicos acuden desde un callejón, acelerando sobre sus estrechas y casta?eantes patas.

  —No dejan de venir... —lamenta la chica.

  —?Céntrate, Mana, y piensa! —Tras esto Siel mira a los lados. Al cabo grita—: ?El canal! ?Hacia la torre!

  Mana trata de maniobrar al TES hacia el lugar que se?ala Siel, plantándose justo en la orilla bajo la sombra de una torre gigantesca de la que caen miles de apéndices.

  —?Vuela alto, Chinchin!

  La chica presiona un botón hexagonal y la cápsula se abre.

  —?Ay, eso no era!

  —?Echa hacia atrás las palancas de mando! —instruye el chico—. ?Pisa antes el embrague!

  —?Qué dices de que si me da cague...?

  —??El pedal a tu izquierdaa!!

  Mana obedece a duras penas. La gran máquina retrae entonces sus piernas y se encoge hacia abajo en posición fetal, al mismo tiempo que los arácnidos, volcándose sobre sí mismos, preparan un furtivo taladro en el estómago de sus carcasas. Antes de arremeter, sin embargo, Chinchin realiza un poderoso y exitoso salto, sobrevolando el ancho canal y aterrizando bruscamente sobre un césped artificial en el otro lado.

  —?Ah!… —Mana se inclina sobre los mandos, y deja escapar un suspiro—. Por qué poco...

  —Menuda fuerza de impulso —Siel se levanta apoyado en la gran cabeza—. Quién lo diría...

  Los dos bajan hacia el césped y toman aliento. Observan desde la distancia hacia el canal. Las máquinas arácnidas intentan atravesar el agua, pero poco a poco se hunden una tras otra bajo su propio peso, incapaces de maniobrar.

  —Estoy seguro de que esas máquinas no tenían tripulantes —comenta Siel.

  —?Entonces?...

  —Los controlan de forma remota —sentencia, se?alándose la frente—. Puedo rastrearlo...

  Siel se interrumpe, pues rápidamente comprende que están muy cerca de la fuente de sus problemas; la gigantesca estructura atada con cables tiesos hacia la tierra. Están ellos justo debajo de la gran torre. Además, Mana se?ala uno de los postes, gritando:

  —?Es el camión de mudanzas!

  Siel asiente. Tras meditarlo ambos durante unos minutos, deciden adentrarse en la torre y llegar al fin del asunto.

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