—Pajarito azul...
Una chica salta de saliente en saliente sobre un muro de piedra, mantienendo el equilibrio con una pierna, luego con la otra, mientras tararea una canción.
—Pajarito azul… Pajarito azul…
La muchacha sufre un ligero respingo, y al cabo de unos segundos estornuda. Entonces toma asiento en el muro y sorbe los mocos, reparando en el edificio frente a ella. Los cristales de la fachada están intactos, aunque empa?ados por la humedad.
—?Qué podemos sacar...? —la chica le echa un vistazo a su libreta—. Nos quedan latas.
Incapaz de ceder a su curiosidad, la chica decide acercarse al lugar.
—?Hola? —La chica golpea el cristal con los nudillos—. Voy a entrar.
La chica pasa al interior y cierra tras de sí, ahogándose el perpetuo silbar del viento en el exterior. El suelo de madera cruje bajo sus pasos.
Una brillante ventana ilumina la tela de motivos geométricos y coloridos. Ella echa a un lado el trapo con un gesto enérgico, revelándose debajo una extra?a caja de madera lacada.
La caja emite una dulce melodía cuando la abre. Dos pajaros de bronce comienzan a bailar, unidos por su pico, mientras rotan lentamente sobre un eje central.
—Qué bonita es... —se susurra sonriente—. Nunca había escuchado algo tan hermoso —la chica acaricia la superficie de la cajita y, con una sonrisa de oreja a oreja, fuerza la caja de música en una de sus rebosantes alforjas, provocando la ocasional caída de otras chatarras que se acumulaban.
Y así, a medida que llena su mochila con artículos cada cual más pesado, sus pasos cada vez son más prominentes, y el suelo ruge con despecho, hundiéndose su pie entre dos tablones. Ella grita, viéndose precipitada irremediablemente a través de la madera podrida, hacia un piso más abajo.
—Ay ay ay...
La chica se levanta despacio y comienza a toser bajo el polvo y el serrín, luego se alza con cuidado sobre sus rodillas. Delante de ella, los ligeros rayos de un sol ahogado marcan la silueta de una figura taciturna, asentada en un gigantesco sofá.
Al acercarse lo ve más claro: un chico joven, cabizbajo, enfatizado por el intenso contraluz en la oscuridad. Cuando alza su mano, ella es consciente de dirigirse hacia lo extra?o, avivado su fuego por el viento de la curiosidad. Sus dedos hallan la forma de un hombro, e instantes después, unos ojos se encienden rojos escasos palmos de su rostro.
—?Yaaah!
—?Uaaah!
Ambos retroceden disparados; la chica cae sobre una mesa, el chico choca con una estantería al intentar levantarse, haciendo doblar la estructura. El polvo cae como cataratas, y las vasijas estallan violentamente en mil pedazos sobre el suelo, antes de dar paso definitivo al silencio.
—?Lo siento! —Dicen al unísono; poco después, ella exclama—: ?Estás bien?...
—Sí, no ha pasado nada… Debo haberte asustado.
—No, no... —rechaza ella en un gesto—. ?Me he asustado más con mi propio grito!
—?En serio?… —el chico frota su nuca y sonríe nervioso. Al cabo la chica le presta un brazo y lo ayuda a levantar. La chica observa que los ojos de él quedan a la misma altura que los suyos propios.
—?Cuántos a?os tienes? —le pregunta al chico.
—?A?os?…
—Vamos, ?que no lo sabes? —ella alza una ceja—. Bueno, es normal. Yo tampoco recuerdo mi cumplea?os.
—Ah, ya lo entiendo… —le replica entre gestos—. Tengo registro de eso. Fui creado hace cinco a?os.
—?Eh?... —la chica entorna los ojos durante un instante—. Oh, vaya —exclama sonriendo—. Eres muy joven.
—Supongo que sí.
—?Y tu nombre? —le pregunta ella de improviso—. Todos tenemos uno de esos. —La chica se se?ala con el pulgar y exclama—: ?Yo soy Mana!
—Soy una unidad SEL-3 —se presenta él—. Estoy dispuesto para servirte.
—??Uni-dad-Sieltrés?? —Mana se acaricia el mentón—. No sé, raro es un rato...
—?No te gusta? Pues podrías ponerme...
—?Siel! —interrumpe a viva voz—. ?Ese nombre me gusta mucho más!
—Claro, si lo prefieres...
Ambos ríen y hablan animadamente. No obstante, el lugar no invita a una relajada y tendida charla; esto es lo que Siel rápidamente acierta a vislumbrar.
—Me pregunto qué estaba haciendo aquí. Es posible que… —el chico duda un instante—. ?No será este tu hogar?...
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—No —Mana se acaricia bajo el labio—. Solo pasaba por aquí y te encontrado así.
—Ya veo…
—Bueno —Mana se rasca la cabeza— Chinchin me está esperando.
—?Chinchin?
—Mi amigo —Mana se encamina hacia la única puerta de la sala, la cual comienza a agitar violentamente—. ?Ah, porras! ?Que no se abre!
—Vaya por Dios… —Siel ladea la cabeza.
—?Estamos atrapados!
Mana aprieta los dientes y mira al techo. Siel también mira hacia allí, hallando el agujero por el que la chica había caído minutos antes.
—Buscaremos otro modo de salir —le anima el chico.
Siel y Mana se dispersan hacia distintos puntos de la habitación. El chico rebusca en los armarios, tras los jarrones y platos de ornamento, y al no hallar nada lo deja todo en su sitio. La chica, por su parte, arroja al suelo los libros que encuentra, y accidentalmente golpea con el codo un jarrón, el cual se desparrama en miles de trocitos sobre el suelo.
—?Estás bien?… —le habla el chico.
—?H-ha sido todo una elaborada gran trampa! —arguye Mana extendiendo las manos—. ?Nos esconden un gran tesoro, Siel!
—Claro que no —replica con calma—. Esto solo ha sido un desafortunado accidente.
—?Ah, en serio?...
El chico se asoma entonces por la única ventana de la habitación y echa un vistazo afuera. La chica se aproxima por detrás y exclama:
—Es una gran caída, ?no?...
—Pero tal vez con una cuerda… —musita el chico; luego la mira diciéndole—: ?No tienes algo así?
—Ay..., algo tenía —ella cierra un ojo—, pero ahora está con Chinchin...
—Qué remedio…
El chico vuelve al interior con paso ligero. Tras un vistazo rápido arranca las cortinas y las une por los extremos con un fuerte nudo.
—Esto tendrá que servir —Siel se asoma a la ventana.
—Oye, Siel, no estarás pensando…
—?Tú que crees, Mana? —el chico ya había comenzado a atar el trapo en una tubería junto a la pared del exterior—. No será que acaso... —Siel hace una pausa—. ?Tienes miedo a las alturas?
—?Yo, miedo? —Mana cruza los brazos y resopla—. S-solo es una caídita de nada…
Mana se asoma entre sudores. El viento frío mueve sus cabellos oscuros, congelando su piel.
—?Qué tal vas?
—Lo voy a hacer. Que conste.
—Espera —detiene él—. Si voy primero podré recogerte si te caes.
—?P-por qué hablas ahora de caer?
—?No pienses en ello! Solo déjame ir primero, ?de acuerdo?
Dicho aquello, Siel comienza a descender por la cuerda, con los pies cuidadosamente acariciando la pared del exterior, tan desgastada que la pintura se desprendía en peque?os trozos. Mana hace lo mismo minutos más tarde, y todo parece ir correctamente durante un tiempo. En la mitad del recorrido, sin embargo, la tubería comienza a chasquear y le hace perder el equilibrio.
—?Siel, no aguanto!...
—?Claro que sí, tranquila! ?Todo está bien! —exclama el chico—. ?Ya casi estamos ahí!
Siel llega a tierra apenas unos minutos tras decirlo, pero justo entonces la chica suelta un penetrante grito. El chico la observa con sorpresa caer de espaldas junto a la tubería, el metal crujiendo a medida que descendía.
—Ja, ja… —Un chorro comienza a surgir del tubo, despacio, torturando a Mana durante unos largos segundos, antes de que la gravedad la haga caer como un peso muerto hacia el vacío.
El chico aprieta los dientes y acelera en un brinco explosivo. Extiende sus brazos y salta, aterrizando finalmente sobre bolsas de basura y un par tablas de madera que restallan al romperse bajo el peso de su cuerpo.
—?Mana! —Siel rápidamente la deja en el suelo y comienza a palparle el rostro—. ?Háblame, Mana! —Le abre los ojos y le tira de los mofletes—. ?Me oyes?… ?Eh! —Se inclina para escuchar—. ??Estás ahí!?...
Siel toma distancia cuando la chica comienza a toser una fuente de agua, al cabo incorporándose de un bote.
—Creí… ?Creí que estaba volando entre las estrellas! —exclama entre parpadeos—. ?He volado, Siel?
—S-sí… algo así.
El chico la ayuda a ponerse en pie, aunque ella chasquea la lengua en un gesto de dolor.
—La pierna… —musita—. Creo que…
—Ya lo veo… —Siel advierte el rubor en el tobillo de ella—. No te preocupes tanto y descansa.
Mana vuelve a toser. Siel le da su espalda y ella se aferra a los hombros de él, y luego le rodea el cuello con los brazos. Y así el chico la levanta a caballito, y comienza a caminar por una pasarela gris.
—Lo siento... —susurra Mana—. La he pifiado…
—No es nada. Es muy valiente por tu parte, venir a un sitio tan antiguo.
—Es necesario —Mana tose—. Podría haber… un tesoro.
Siel sube unas escaleras. Mana se dispone a cerrar los ojos, pero justo entonces lanza una exclamación.
—?Eso es!…
Una colina se muestra en la distancia, más allá de los edificios. Un tímido arcoíris consigue cruzar bajo el mar de nubes.
—?Crees que —Mana alarga un brazo— podré alcanzarla?
—?Y por qué no? Ahora descansarás y te curarás.
Los dos observan la colina en silencio, luego Siel continúa su camino, hacia un jardín y luego una puerta que da a la carretera.
—Mi amigo espera —susurra ella—. Es por aquí.
—Cierto, ya me hablaste de él.
—Chinchin…
—?Cómo es?
—Es muy gracioso… —dice débilmente.
Mana y Siel caminan en silencio por la carretera, bajo las partículas blancas y las ráfagas frías. Delante de ellos aparece, tras unos minutos, una máquina gigante que observa con dos ojos vacíos y rectangulares.
—Qué grande —comenta Siel—. ?Qué estará haciendo aquí?
Mana baja de Siel, quien reacciona con sorpresa. La chica se acerca a la gran máquina, cojeando ligeramente, y la envuelve en un gran abrazo.
—Aquí estoy otra vez… —murmura dulcemente— Mi Chinchin...